Ella

(Cuento)

Por Claudio M. Sciarra

(Blogmaster de Cartas sin Destino)

El doctor se reclinó sobre su silla y esta emitió un leve rumor a madera crujiente. No fue un ruido fuerte, pero en el silencio de la sala de hospital sonó como el retumbar de un trueno que inicia una tormenta. Se apoyó sobre su escritorio y observó la carpeta abierta sobre el. Era una historia clínica. Resultados de pruebas, análisis, notas, opiniones, todo estaba allí. La fotografía del paciente estaba prendida con un clip de alambre plateado. Se veía a un hombre de mediana edad, no más de cuarenta, poco cabello, rostro serio y casi formal; usaba saco y corbata. Levantó la vista del escritorio y miró hacia el otro lado y allí estaba él pero no parecían ser la misma persona. Estaba casi calvo, con ojeras marcadas, mirada perdida y dura. El derrame que tenía en su ojo izquierdo no mejoraba el conjunto; tampoco el hecho de que sus manos estuvieran atadas con correas a la silla de ruedas.  Volvió a mirar la fotografía y parecía que hubiera sido tomada hacía mucho, cuando en realidad solo había pasado un año de su internación en el hospital psiquiátrico.

Otros médicos ya habían dado el caso como perdido, paranoia, esquizofrenia, delirios persecutorios, trastorno obsesivo compulsivo. Las opiniones eran variadas como si nadie acertara en la diana. ¿Por eso le habían dado el caso a él? ¿Solo porque nadie mas lo quería o porque consideraban que tenía la capacidad suficiente para darle una solución? Tuvo intención de reflexionar sobre ese punto pero un instante después decidió que no le interesaba ese por que. También decidió que esa historia clínica no lo ayudaba en nada ya que ninguno de los que habían escrito sus diagnósticos ahí habían acertado ni por asomo. Cerró la carpeta y reflexionó sobre la historia que había relatado el paciente una y otra vez. Nunca se contradecía ni variaba en sus dichos. Siempre era ella.

 

El paciente le dio vida a su mirada perdida. Sus pupilas se dirigieron al doctor y pudo verse como lo enfocaron con un movimiento que pareció casi mecánico.

-Usted tampoco me cree, ¿verdad? –le dijo él-.

-No he dicho que no le crea, -le respondió- pero es extraño que solo usted la haya visto-.

-Pero existe…!!! –le contradijo levantando la voz –ella existe…

 

Decía que fue su novia, que la conoció en un encuentro casual, un tropezón en la calle, unos libros caídos y él ayudándola a levantarlos; un cliché de película americana. Delgada, alta, cabello largo, bella, de porte serio y formal. Pocas palabras y mirada profunda. Volvieron a verse, se citaron en un bar de esos bohemios con mesas pequeñas y ambiente oscuro. Se llamaba Laura. A esa cita le siguieron otros encuentros también en lugares apartados, sitios poco concurridos, lejos del ruido de la ciudad; de esos sitios donde nadie conoce a nadie o por lo menos así lo fingen.  Se vieron un tiempo, siempre en persona. No había llamadas de teléfono, mails ni mensajes de whatsapp; tampoco redes sociales aunque ella sí tenía una, solo una página de facebook que parecía estar inactiva. La foto de perfil era de un paisaje nocturno. No se veían amigos, comentarios, publicaciones ni álbumes de fotos. El típico perfil falso que uno se crea para jugar al Candybumer o el que crearía un mitómano que tiene amigos que nadie logra ver nunca.

Un día ella faltó a la cita. La esperó en el bar hasta que decidieron cerrar. Algo raro, porque esos bares en que se citaban eran de los que nunca cierran y en donde siempre parece ser de noche, auque afuera el sol raje la tierra. No tenía como saber de ella. No había más datos que unas vagas señas de un vecindario del centro. Tampoco amigos comunes, un lugar de trabajo ni sitio donde estudiara. Volvió al bar varias noches; concurrió a otros y dio sus señas pero nadie parecía conocerla ni haberla visto nunca. Fue al lugar donde la había conocido y la esperó por si volvía a pasar, pero no hubo suerte. Decidió ir a la policía y reportarla como desaparecida, pero no se puede reportar como desaparecida a alguien de quién no se conocen datos y no se tiene ni siquiera una foto. Aunque él insistía en que era real no tenía ni la más mínima prueba de ello. Su familia empezó a inquietarse por esa repentina obsesión que tenía con esa chica que nadie había visto y que a nadie había presentado. Recorría la ciudad, preguntaba a los transeúntes y se hizo un personaje habitual en algunos paseos de la ciudad. Muchos lo habían visto mas de una vez y le huían porque en realidad parecía un loco, no peligroso pero loco al fin.

El doctor más de una vez había abierto esa página de facebook esperando ver alguna actividad pero nada sucedía allí. Incluso habían hecho una solicitud de informes a la propia empresa, pedido que no fue respondido en base a la privacidad de datos de sus usuarios. No es que quisieran averiguar la identidad de Laura, simplemente era para confirmar que era él mismo quien había creado ese perfil falso para darle vida a esa mujer que solo vivía en su mente. ¿Qué persona del Siglo XXI vaga por el mundo sin tener ningún tipo de rastro digital? En la era de la ubicuidad de Internet esto se antojaba impensable y muy traído de los pelos.

¿Qué podía hacer él? Toda su ciencia no le ayudaba en nada ni le daba una respuesta. Quizás era uno más del montón de médicos que no podían acertar a la diana y eso lo frustró.

Pulsó un botón del frente del escritorio y un instante después entró un enfermero, que sin mediar palabra, tomó la silla de ruedas y se llevó al paciente a su habitación. No se despidieron, no se saludaron, simplemente se alejaron el uno del otro y cada cual volvió a su mundo alienado. Porque en la sociedad actual, nunca queda claro quienes son los locos y quienes los cuerdos; tampoco se sabe con certeza que haya cuerdos.

 

 

Ella se paró frente al espejo, giró su rostro hacia un lado y luego al otro hasta que encontró el ángulo correcto. Su pulgar presionó la pantalla táctil y capturó una foto más. La observó y quedó conforme, había logrado captar esa mirada de misterio que le gustaba tener. Con la vista en el teléfono dio unos pasos y se sentó. Sus dedos acariciaban la pantalla. Ingresó a su página de facebook y eligió uno de los álbumes. Mil ciento treinta y dos fotografías había en él, con la que estaba subiendo ahora sumaban mil ciento treinta y tres. Listo, ya estaba, solo faltaba seleccionar la opción de privacidad. Podía ser pública, vista solo por sus amigos o vista solo por ella; y como siempre eligió solo por ella.

Había únicamente una foto que era de vista pública; la foto de perfil que era de un paisaje nocturno.

 

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